Breve crónica sobre el curso de titulación de La Coruña


Reconozco que me he sometido a la dejadez, y aunque la agenda me lo recriminaba día a día, han pasado las semanas más rápido de lo que querría. Aquí estoy, pues, finalmente, para decir básicamente que volví de La Coruña con una muy grata impresión sobre el curso, las instalaciones, el material… Sobre el aspecto humano, someramente, no puedo decir nada negativo, salvo alguna pijadilla puntual que no merece la más mínima atención. De profesores y compañeros, a algunos de los cuales conocí el año pasado en el curso de titulación de Guadalajara, sólo recuerdo momentos agradables, risas, alguna que otra conversación interesante… La verdad es que escuchando un poquito, se podía aprender un poquito de cada uno. Es lo que tiene compartir un mismo espacio con la misma gente durante un tiempo relativamente prolongado: o lo aceptas y pones tu mejor intención en cada momento, o mejor te largas por donde has venido.
Sobre el aspecto académico, ya lo comenté con otros alumnos: estuve alucinado todo el curso, y así regresé a casa. Si hay que destacar algo, sería la eficacia y rapidez de reflejos de la organización. En general, ha sido un curso de gran calidad, con unos profesores de gran nivel, conocimientos y profesionalidad. De hecho, en alguna ocasión incluso rogamos que alguno se cortara un poquito, porque nos estaba desbordando a todos menos al autodenominado único gallego de los profesores. Y a todos nos acojonó un poco los “no, hostias, no” de Troitiño, aunque luego nos dejó entrever la parte humana debajo de la coraza. Pero la calma de Mario, el bienhacer de Carlos, la divertida locura de José Luis, por mencionar a algunos (aunque no me olvido de ninguno, es que ahora no me acuerdo de los nombres), han dejado un poso agradable en mi memoria.
Las comparaciones son odiosas, pero también inevitables. Los que hemos estado en otros cursos sabemos bien cuántas veces pensamos en lo diferente que fue aquí o allí. Pero no conviene ahondar en eso. Nunca se sabe a quién vas a tener que dar la mano en el futuro. Bueno, creo que todos aprendimos bastantes cosas y sacamos muchas conclusiones, y espero no ser el único que aplica alguna de ellas.
Los compañeros suelen ser un factor determinante en este tipo de situaciones. Pueden enfriar un poquito el infierno o arruinar el paraíso. Y si bien este curso quizá no fue el paraíso, mucho menos fue el infierno, pero gracias a la gente todo fue mucho más fácil. Hubo buen ambiente, armonía y ganas de ayudar. Trabajo en equipo y colaboración por un tubo, hasta en los trabajos individuales. Hubo risas, confidencias y sorpresas. Agradables, las sorpresas, cuando dabas a alguien una segunda oportunidad en lugar de juzgarle después del primer gruñido. En lo personal, sólo puedo agradecer a la gente con la que tuve más relación haber hecho que la convivencia haya sido más amena, más divertida y fácil. Por orden alfabético, para que nadie se moleste: Arantxa, Clemente, Eduardo, Emilio, Iñigo, Iván, Isra, Juan Carlos, Raul, Rubén… Hemos pasado buenos momentos, no sólo en las aulas y en el tatami, sino también en la piscina (en el ventiúnico encuentro de waterbasket o relajándonos antes de la cena), de charla en algún bar, de paseo, en el par de cenas al otro lado de las verjas. Será imposible repetir esta experiencia, a menos que los que ya son maestros quieran probar a subir nota, pero me quedo con las buenas sensaciones y un recuerdo imborrable de camaradería. Cada vez que pienso en esos días, no puedo evitar sonreír. En cierto modo, lo echo de menos, sobre todo que todos los coches paren en cada paso de cebra.

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